Podríamos recibir ánimos al considerar la gracia de Dios concedida a la vida de otro hombre notable. Su nombre es John Newton (1725-1807). La vida de usted no podría haber sido peor de lo que fuera la vida de John Newton. Era un cruel traficante de esclavos que más tarde habría de describirse a sí mismo como un “infeliz” hombre, perdido en absoluta ceguera espiritual. Pero un día, la gracia de Dios se aprovechó de una furiosa tempestad para hacer que el corazón de este comerciante de esclavos sintiera miedo. Según su propio testimonio, aquella tormenta, junto con la lectura del libro La imitación de Cristo de Thomas de Kempis, lo condujo a una conversión genuina y produjo un cambio dramático en su corazón y en su manera de vivir.
John Newton nunca dejó de maravillarse de la gracia de Dios que lo había transformado en forma total. Para expresar esta experiencia escribió el famoso himno “Sublime gracia”:
Se dice que poco ante de su muerte ocurrida a los 82 años, durante un mensaje que estaba predicando, Jonh Newton proclamó en forma categórica:
“Mi memoria está a punto de agotarse, pero hay dos evidencias que recuerdo muy bien: ¡Que soy un gran pecador, y que Cristo es un gran Salvador!”
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